Una caja con 24 veladoras fue utilizada para conmemorar el primer aniversario luctuoso de los hechos ocurridos en una bodega del municipio de Tlatlaya, Estado de México.
Nadie vio quién ni a qué hora fueron colocadas estas ofrendas de luz para las 22 personas que murieron en este lugar, donde las cintas de protección colocadas por la procuraduría mexiquense quedaron rotas entre la tierra y los escombros.
Destacan tres escenas: una, la cruz más grande de 11 veladoras con una ofrenda pequeña para uno de los fallecidos. Consiste en un moño negro y un cigarro de mariguana hecho con papel sanitario. Dos, la ofrenda que se ubica en la pared izquierda con cinco veladoras.
En recuerdo de cinco personas ubicadas por el hoyo de la pared donde fueron fusiladas. Y tres, la única ofrenda que tiene nombre. Es de Martín Carachule y en su memoria, sus amigos colocaron una cruz de madera y una bandera de Estados Unidos.
Llama la atención que no hubo ninguna misa en su memoria porque, afirman algunos habitantes, los difuntos no pertenecían a esta comunidad.
Paralelo a este hecho, cuya relevancia es internacional, está la historia no contada de la familia Cobos, dueña de esta bodega que aún sigue bajo la investigación de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (Seido).
Ellos aceptan hablar con MILENIO con la condición de no mostrar su rostro. Es una medida de precaución que han tomado, luego de haberse percatado que en el municipio continúa la presencia de grupos armados que se movilizan en motoneta o camioneta, sin mayor contratiempo, pues allí la policía, la Marina y el Ejército dejaron de patrullar hace varios meses.
"Desafortunadamente la Seido nos ha dicho que no hay problema y que nos devolverán la bodega hasta que el caso esté cerrado, pero no hay fecha. No queremos que las autoridades nos paguen los daños, pero sí necesitamos que nos la entreguen ya, porque vamos a tener la próxima cosecha y no vamos a tener dónde guardarla.
"Nuestros implementos se están mojando, tenemos que pagar porque nos guarden algunos y éste es el patrimonio de nuestra familia", explicó Hugo, hijo de Abel Cobo, cabeza de esta familia.
De hecho, explicó, ellos asumirán los costos de los disparos que dañaron el techo de lámina y las paredes de concreto, cuyos orificios siguen ahí, numerados por la investigación ministerial. "El techo agujereado, las paredes en mal estado son pérdidas para nosotros, pero no importa, con tal de que nos la entreguen".
Cuando esa fecha llegue, confió la familia Cobos, podrán establecer un negocio de venta de productos para la agricultura, forraje y alimento para animales. Pero también, adelantaron, tendrán una capilla. "Somos creyentes católicos y será una forma de bendecir el lugar antes de, primero Dios, poder abrirlo al público".
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