La oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito, y tantas otras instituciones internacionales, continuamente lanzan campañas contra el crimen organizado. Estos tipos operan siempre al margen de la ley, fuera del control del pueblo soberano, y dentro de unas estructuras complejas para evitar ser perseguidos y castigados como determina el estado de derecho. Son verdaderas mafias sociales que ponen en peligro la seguridad de la especie y el espíritu demócrata. Nos consta que frenar esta amenaza, tan cruel o más que la crisis financiera, representa uno de los mayores retos para la comunidad internacional. Las actividades de estos mafiosos, casi siempre tienen miembros vinculados a órganos de poder adscritos a un código de criminalidad tomado como honor, no sólo practican la venta ilegal de drogas o armas, sino también la trata de personas, las falsificaciones de productos, los delitos medioambientales, o el mismo lavado de dinero.
La situación en el mundo es verdaderamente alarmante. Todo va unido. El deterioro de las formas de convivencia, la gestión de la cosa pública, los fenómenos de corrupción, el comercio ilícito del narcotráfico y de armas, la extorsión o chantaje, el tráfico de órganos, el turismo sexual, el desprecio por la vida de los débiles, y tantos otros escenarios despojados de referencia moral alguna. La violencia que ejercen estos grupos golpea cruelmente a mujeres y niños. La comunidad internacional tiene que actuar con mucha más contundencia ante este tipo de hechos, que se vuelven cada día más cotidianos. Las actividades ilegales de las mafias hay que cesarlas, desestabilizan países y regiones enteras, poniendo en riesgo la paz en el mundo. La misma corrupción estimula la desigualdad y la injusticia, es un atentado en toda regla contra el progreso social que todos nos merecemos como ciudadanos del mundo.
Desde luego, el crimen organizado, que no conoce fronteras, adopta muchas grafías y caracteres, todas degradantes para el ser humano. Es un factor destructivo que corroe las instituciones y dificulta cualquier acercamiento humano. Lo cierto es que somos testigos de más y más actos de violencia financiados por multitud de mafiosos, a los que habría que aplicarle la normativa internacional, mediante acciones concertadas que detengan estas amenazas crecientes que hoy nos desbordan. Nadie debería poder evadirse de la justicia en un mundo global. He aquí la gran asignatura pendiente.
Está visto que las redes criminales trascienden fronteras, lo que exige el deber de los países de organizarse y de trabajar unidos, puesto que mientras prevalezca en sus elevados índices actuales la marginación, el desarraigo, la desesperación, saldrán fortalecidas las redes del crimen organizado. Los ciudadanos de este mundo no podemos consentir que las violaciones a los derechos humanos se sigan produciendo y las autoridades no hagan apenas nada por evitarlo. Por consiguiente, considero que es tiempo de actuar y de no ceder a las presiones, guiados por una ética universal como horizonte, sabiendo que la búsqueda de este actuar en común nos concierne a todos, sin excepción alguna. La idea de que "no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti", resume el objetivo a alcanzar. Que cada uno tome conciencia de su responsabilidad urgente.
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