A estas alturas, los grandes capos de la droga se han vuelto personajes tan universales, que el cine los ha convertido en protagonistas del renovado género gangsteril.
Por supuesto, Pablo Escobar fue una figura tan relevante en la vida sociopolítica de Colombia, que era de esperarse la versión cinematográfica de ficción (ya el cine documental se ha ocupado de él en varias instancias).
Esa ha provenido, extrañamente, no de Hollywood sino de Francia, bajo la dirección del italiano debutante Andrea Di Stefano, conocido actor de carácter, con el título de Escobar: Paradise Lost (Escobar: paraíso perdido).
El guión, del propio De Stefano, adopta una estrategia similar a la de El último rey de Escocia (Kevin Macdonald, 2006) de hacer la descripción de su personaje epónimo a través de la visión de un fuereño, que ha sido aceptado en su círculo interno. En este caso se trata de Nick (Josh Hutcherson), un surfero canadiense que, por estar turisteando en las playas de Colombia, conoce y se enamora a María (Claudia Traisac), quien resulta ser sobrina de Escobar (Benizio del Toro). Cuando éste comprueba que sus intenciones son serias, acepta al norteamericano como un miembro más de su familia. A primera vista, Escobar parece un líder querido por el pueblo por sus obras de caridad. Sin embargo, Nick comprobará más tarde que temprano la regla de que quien se beneficia de un poder corrupto, se volverá también su víctima de manera inevitable.
Portando kilos de más y un aceptable acento colombiano, Del Toro interpreta a un convincente Escobar, aunque no guarda ningún parecido físico con el verdadero. Con su peculiar presencia, el actor puertorriqueño encarna bien el magnetismo que lo volvió un capo comparado con Robin Hood, así como su imprevisible lado siniestro, susceptible de hacer matar a la gente más cercana. Así, la última, tensa parte de la película se centra en los esfuerzos desesperados de Nick por escapar al mandato de su otrora tío político.
Filmada en Panamá, con un reparto en el que hay gringos, españoles y un mexicano (Tenoch Huerta), Escobar: Paradise Lost es una creíble descripción del reinado de su protagonista, a pesar del carácter multinacional de la producción.
Claro, quienes inventaron la patente del crimen organizado no podían quedarse con los brazos cruzados. Así que el TIFF ha presentado los dos primeros capítulos de la teleserie ítalo-germana Gomorra, basada en el mismo libro del periodista Roberto Saviano que inspiró la espléndida película de Mateo Garrone, de 2008, sobre las diversas actividades de la mafia napolitana.
A diferencia del largometraje homónimo, que pintaba un mosaico sobre cómo la mafia se había infiltrado en diversos aspectos de la sociedad, la serie se concentra hasta donde se pudo ver en la rivalidad entre las diferentes bandas dedicadas al narcotráfico y cómo se desata la guerra entre dos de ellas. Gomorra está a cargo de Stefano Sollima hijo de Sergio, el director del género del peplo y algunos espagueti westerns y tiene el interés suficiente para que uno la quisiera ver completa
pero en la sala de mi casa, no en un festival internacional. ¿Qué es eso de programar capítulos de una teleserie? Es como si, por decir algo, el festival de Guadalajara exhibiera un par de capítulos de la serie The Strain, debida en parte a Guillermo del Toro.
Ciertamente la programación del TIFF no ha brillado como en años anteriores. Hasta ahora ninguna película ha sobresalido entre los comentarios de los asistentes ni ha recibido el espontáneo aplauso de la crítica. No ha habido un solo título que se considere imperdible. Además, una de las cintas programadas Maggie, opera prima de Henry Hobson, ha sido cancelada. Protagonizada por Arnold Schwarzenegger como el padre de una chica que se vuelve zombi, no creo que nos hayamos perdido una obra maestra. Pero nos quedamos con la duda.
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