Hace unos años, Bill Clinton supo leer el momento histórico de los Estados Unidos y en un debate acorraló a su adversario -el presidente George Bush- con una frase que se hizo célebre: "Es la economía, estúpido". En la Argentina, si bien existe un escenario económico complejo que heredará quien gobierne el país por los próximos cuatro años, el principal problema que tenemos es el avance del narcotráfico. Es el drama subyacente más relevante que deberá encarar el próximo gobierno, con su legado de muerte, de destrucción del núcleo familiar, de corrupción de los distintos estamentos del Estado, y con la generación de empleo esclavo entre los más vulnerables, muchos con una dependencia de la sustancia que los envía a los brazos del que maneja dinero espurio pero en cantidades en el barrio: el líder narco. Esto, que muchas veces se manifiesta a través de la inseguridad, pone a los argentinos a la hora de votar frente a un momento bisagra en nuestra historia.
La violencia que impulsa el narcotráfico es inédita en el país, con ciudades, como Rosario y Santa Fe, ubicadas entre las 30 más peligrosas del mundo por sus niveles de homicidios. Mar del Plata tiene hoy una tasa de homicidios similar al DF mexicano, y casi todos los distritos del conurbano tienen tasas endémicas con más de 10 homicidios cada 100.000 habitantes. Mientras que los homicidios aumentaron a nivel nacional un 45% de 2007 a la fecha, en el mismo período la provincia de Buenos Aires observó un aumento cercano al 65% (pasaron de 884 a 1425 al año, según el Ministerio Público Fiscal de la PBA).
La presencia narco se relaciona de tres maneras con el aumento de la violencia delictual y los homicidios. La primera es que las bandas criminales pelean por el control del territorio y esa puja se dirime a los tiros con la eliminación del adversario. La segunda cuestión es el efecto que tienen ciertas drogas "duras" en la psiquis del consumidor, que deteriora los límites inhibitorios y los lleva a cometer crímenes aberrantes: "Te matan por un celular o un par de zapatillas". La última relación violencia-drogas ilegales es el vínculo sistémico que genera el consumo de algunas drogas, como el paco, que lleva a los adictos a salir "de caño" convertidos en "soldaditos" de las organizaciones narcos, para sostener su adicción.
Lamentablemente, la Argentina ya entró en la tercera etapa de evolución del negocio narco. Además de comenzar con la faz productiva, que transforma la pasta base en cocaína y genera subproductos como el paco, los narcos ahora pasan a controlar territorios tanto en la zona de fronteras calientes en el NEA y el NOA, que son un colador, como en enclaves físicos en las ciudades grandes y medianas, donde controlan ingresos, egresos y actividades en el interior de varios barrios carenciados. Las bandas narcos toman de rehén a la población y someten a muchos de sus miembros a transformarse en eslabones de la cadena criminal. Mediante el miedo y la extorsión, desarrollan sus negocios aprovechando la ausencia del Estado.
La debilidad de nuestra frontera ha sido un elemento crítico para la expansión del negocio. La imposibilidad de controlar el espacio aéreo por donde entran los vuelos ilegales se debe a que éste no está plenamente radarizado, objetivo proclamado y siempre postergado (la mayoría de nuestros vecinos tienen el 100% bajo control). Hay más de 1000 pistas irregulares en el norte de la Argentina. Nuestra amplia frontera física, con cada vez menor presencia de gendarmes, prefectos y ausencia de tecnología de punta, facilita el tráfico de estupefacientes.
El crimen organizado necesita corromper a funcionarios públicos (fuerzas de seguridad, jueces, fiscales, funcionarios de aduana, concejales, intendentes, organismos de control) para conseguir impunidad, inacción de su parte, eliminar adversarios y desarrollar el negocio. Cuanto más alto el nivel de corrupción, mayor nivel de penetración del narcotráfico en la sociedad. En el último año, el jefe de la policía de Santa Fe y los más altos jerarcas de la policía de Córdoba y Entre Ríos fueron detenidos e imputados como cómplices del desarrollo de bandas de narcos de esas provincias.
Probablemente, el hecho que mostró la cara más visible de la corrupción y cooptación narco haya sido el proceso de importación de efedrina para la producción de drogas de síntesis y su triangulación a México, que hizo crisis en 2008 con el triple crimen de General Rodríguez. Durante ese proceso el país pasó de importar unos 200 kilos de efedrina al año a más de 20 toneladas. No sólo hubo inacción de los organismos de control, como el Sedronar, sino que se entregaron permisos de importación que excedían la tonelada a laboratorios locales, cifra que superaba de cinco a diez veces lo que importaba antes toda la industria farmacéutica. Esa red de corrupción quedó reflejada en la causa que hoy tramita el juzgado de Servini de Cubría, que tiene a varios altos funcionarios del Ejecutivo nacional procesados, pero tuvo su lado más oscuro en el triple crimen, que puso de manifiesto el costado mafioso de estas bandas capaces de matar con alevosía para consolidar su poder y su negocio ilegal.
Se puede revertir el avance narco. Eso requiere fuerte voluntad política y un plan integral aplicado de manera sostenida en el tiempo. Es clave terminar con la faz productiva local, eliminando las cocinas de producción de drogas para así erradicar el paco. Podemos erradicar el paco de la Argentina. Debemos proteger a los chicos que hoy están siendo explotados por estas bandas. La segunda cuestión clave es blindar nuestras fronteras: radarizar 100% el espacio aéreo, poner scanners móviles en rutas y puertos, y aumentar los miembros de las fuerzas de seguridad en esa zona crítica.
Debemos recuperar las calles y espacios públicos de nuestras ciudades para prevenir el delito, con un Estado presente en todo el territorio. Para fortalecer el poder del Estado proponemos crear la Agencia contra el Crimen Organizado con foco en narcotráfico, trata de personas, tráfico de armas y lavado de dinero. Esta institución podría desactivar las bandas narcos en operaciones en el territorio nacional y detener a sus jefes. Ningún líder narco colombiano, mexicano, peruano o argentino quedará impune si viene a vender muerte y esclavitud a nuestros jóvenes.
Por último, y tal vez más importante, debemos prevenir las adicciones a través de una política integral como la que hicimos en la ciudad de Buenos Aires: acción temprana, asistencia para los chicos y su grupo familiar, integración comunitaria y líneas de atención anónima y gratuita para todos. El avance del consumo queda de manifiesto en el reciente informe del Observatorio Social de la Universidad Católica, que señala que de 2010 a 2014 aumentó un 50% el registro de venta de drogas en los barrios, llegando al 45% de los hogares urbanos. El consumo de drogas ilegales de jóvenes entre 15 y 25 años en el último mes alcanza al 15%.
El papa Francisco señala que no hay salidas fáciles ni soluciones mágicas en la legalización: "La droga no se derrota con la droga. La droga es un mal y con el mal no puede haber concesiones ni compromisos.".
No debemos perder la dimensión humana del drama que significa el avance de las drogas y el poder narco en los individuos, sus familias y en la sociedad argentina. Parte de este proceso de cambio comienza con las elecciones de octubre, eligiendo líderes que aceptan nuestra dolorosa realidad y que estén dispuestos a hacerse cargo de esta dura y larga batalla. Hoy, como nunca antes en nuestra historia, es el narcotráfico la mayor amenaza contra la ciudadanía y el Estado.
El autor fue jefe de la Policía Metropolitana; es coautor del libro El poder narco
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