"Tenía 11 años y me juntaba con el mejor amigo de mi hermano, que es cinco años mayor que yo. Saliendo de la escuela (yo estaba en secundaria y ellos en preparatoria).
Fuimos a jugar Nintendo a casa de otro amigo. Éste trajo de la cocina un bulto escondido en una toalla y nos pidió que lo acompañáramos al patio. Afuera destapó la toalla y vi una bonga. Le puso lo que dijo era una "mota muy matona". Nunca antes había fumado más que tabaco, pero sabía que la mota era verde.
Pues esto era una hierba sí, verde, pero mezclada con un polvo cristalino, entre blanco metálico y azul tornasolado, con una forma como de sal. Me dio miedo, pero de todos modos le fumé con la ayuda del amigo de mi hermano (no sabía usar una bonga).
El jalón que le di ha sido el más fuerte que he sentido en mi vida. Sentí que mis pulmones, que eran pequeños y delgados, se llenaron de humo. Tosí. Pasaron dos o tres minutos y nada, así que le di otro jalón a pesar de que mi garganta me dolía. Otros dos o tres minutos pasaron.
Mi cabeza comenzó a sentirse bien ligera y la boca pastosa. Les dije que su mota estaba bien chafa, fui por mi bicicleta y decidí irme a la casa. A media cuadra, en cuanto empecé a pedalear más recio, sentí un putazo como de una ola pegándome súper fuerte en la cara. Me tiró al piso. Abrí los ojos. De repente todo alrededor comenzó a sacudirse. Estaba oscureciendo. Las nubes se estaban volviendo rojas. Las casas de toda la colonia estaban derritiéndose. Vi que el cielo estaba cayéndose en pedacitos rojos sobre mí.
Por más mamón que suene: pensé que estábamos en una guerra del fin del mundo. Las nubes se convirtieron en muchas olas que se aplastaban en mis hombros. Escuché varios ruidos, todos como de tambores adentro de mis oídos. Volteé hacia donde estaba la casa de mi amigo y vi que el amigo de mi hermano me veía con los ojos desorbitados. Su cara tenía el gesto más horrible que he visto en mi vida. No lo puedo describir, pero me hizo sentir que tenía mucho miedo como yo.
Su cabeza se ensanchaba, luego se hacía chiquita, luego se volvía a ensanchar y se estiraba. Me cogió de un brazo, me jaló hacia adentro, pero tuvimos que arrastrarnos porque sentí que una fuerza enorme nos jalaba hacia el suelo. Sentí que el piso se alzó y se volvió vertical. Ahí ya no pude hacer nada y sentí que caí hasta un fondo. Ahí ya no me acuerdo qué pasó. Lo próximo que recuerdo es nomás estar en el baño de mi casa.
Creo que veía al fondo del pasillo a mi hermano llorando, golpeando a su amigo. Mi hermano estaba bien enojado con su amigo por haberme dado a fumar esa madre. Si él no me hubiera ayudado (después supe que él me llevó a casa), no sé que me hubiera pasado. Ya era de noche, vi el reloj y nomás había pasado una hora. Sentí ataques de pánico y como pude me arrastré hasta mi cuarto. Cerré los ojos y como pude me dormí. Al día siguiente estaba más o menos y me sentía muy raro. De repente veía luces alrededor de mí o todo oscurecía.
Lo que da más miedo no es la primera parte de mi historia, sino a segunda: hasta hoy, que tengo veinticinco años, sigo con los efectos de lo que fumé. Siento que todo a mi alrededor es como un sueño. No puedo concentrarme: a veces veo luces, otras todo se oscurece de repente. Los contornos de las cosas a veces cambian. Escucho golpes adentro de mi oído.
Mi mamá me ha llevado a ver a neurólogos y, a pesar de que me han recetado de todo, su conclusión es que tengo que conformarme con tomar antidepresivos. Y ya. Mi mamá no sabe que fumé aquello, ni mi hermano ha querido contarle. Los ataques de pánico se agudizaban cuando los escuchaba pelear entre ellos por cualquier cosa. Ella piensa que todo es puro estrés.
He seguido consumiendo otras sustancias, buscando curarme o apaciguar lo que siento. Me gusta la oxycodona, la tomo todo el día, que es lo único que más o menos hace que se vayan los efectos."
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