NARCOVIOLENCIA "La rutina empieza al vaciar parte de la bolsita sobre uno de los ejemplares de la revista que suelo leer cada que voy al baño, inmediatamente después de inhalar una o dos rayas. No es cierto: la rutina empieza desde que me llevan la mercancía a la oficina.
A partir de que se va mi valedor y empiezo a imaginar que le daré a probar de esto a una o dos gatas que trabajan para mí (empiezan diciendo que nunca la han probado, las muy hipócritas). Hay una relación clarísima entre inhalar esto y la cachondería. A mí me pone calientísimo, a pesar de que con el perico no se te para a menos que uses Viagra.
Y aún así está cabrón porque corres el riesgo de acelerar la sangre y provocarte un infarto. La rutina incluye romper la piedra con el costado de una tarjeta de crédito, que luego utilizo para machacar esto lo más que se pueda. El polvo queda finito, para que su entrada por mi nariz sea suave. Peladito. La rutina aumenta de velocidad en otras horas del día.
Otra cosa que cambia, aparte de las viejas, es la manera de romper la piedra. En mi casa usaba una navaja. Una vez me di dos puntitas con la esquina de la navaja, como si fueran puntas de una llave, y luego me metí dos rayas; a la segunda me di cuenta que estaba goteando un líquido oscuro y tibio sobre la revista...
Cuando llegué al baño tenía toda la boca asquerosamente llena de sangre y polvo blanco. Parece que no, pero este tipo de cosas sí me hacen sentir mal. Hacen que me repudie a mí mismo, como buen católico que soy: que me sienta de la verga, así como me siento al día siguiente de los atasques, todo pinche crudo y gastado y viejo y enfermo, aunque después, al pensar en la cantidad de cabrones que hacen lo mismo que yo y tienen vidas bastante exitosas, me digo No mames, no pasa nada.Diviértete.
Diviértete como la vez que te dio hueva salir un viernes en la noche y decidiste hacer una fiestecita en tu casa. Invitaste a un amigo. Nomás a un cabrón hombre. Y a un chingo de viejas de la televisora, que como todas las que trabajan en esteputero, son cabronas. Seis viejas fueron.
Una de ellas tomó una de las bolsas que había comprado de perico y cocinó todo su interior. Al ratito estábamos todos encuerados, fumando crack de una puta lata de soda vacía. Parecía que nunca me iba a venir adentro de estas viejas. Primero adentro delas nalgas de una, luego las de otra. Y mi compa tirado en el suelo, mal, mientras le chupaban una verga flácida dos viejas enrabiadas, casi temblando de la pinche excitación. Procuraba estar en todo, pero a los minutos ya me perdía y nomás apretaba un chingolos dientes y empujaba muy duro las caderas. Quería golpearlas a todas, también darle sus putazos al pinche joto que ya estaba ahogado en mi piso. Y tampoco quería terminar."
Cocainómana 2
"De donde vengo no está saico que uno crezca metiéndose crico con sus jefes. Neta: con tus jefes jalándole del tubo de una pluma, papel de aluminio en mano quemado con un encendedor. A mí nunca me pasó porque mis jefes son fresas y sus drogas son los golpes y el alcohol.
Las mías las probé hasta que conocí a un cholo bien encaramado (no me preguntes dónde, no me preguntes cuándo). Por él supe que la metanfetamina es súper rica para coger. El batillo me gustaba mucho, así que acepté que pasara por mí a la salida del colegio un viernes por la tarde. Me llevó a un motel que está por el libramiento, casi para tomar carretera. En cuanto entramos me dijo que me quitara los calzones y que me dejara la falda. Que me sentara al borde de la cama. Ahí el bato me besó. Sus manos llenas de tatuajes me pusieron bien cachonda.
El bato sacó un globito que guardaba el polvito ese cristalino y blanco metálico. Me dijo que a eso se dedicaba, a hacer felices a mujeres como yo. Me dio a probar acercándome el polvito a la nariz con la punta de sus llaves. Me he de haber metido medio gramo antes de temblar de súbito y mojarme, mamándosela al güey como loca, a punto de darme un infarto. Pensé que me moría: la mirada la tenía nublada y todo vibraba alrededor del cuarto. Si así es cómo se siente morirse, pues qué chingón: es como si jodieras tanto tu cerebro que te vuelves animal.
Y así cogimos. El bato me volteaba y me la metía y luego cambiábamos de posición; volvía a metérmela bien fuerte, mientras nos besábamos y le pedía que me dejara mamársela otra vez. Se metía una rallas y me metía a mí su verga como fierro por la boca, luego entre las piernas y nalgas. Así estuvimos por cuatro horas. Al final me vine tres veces. Cada orgasmo se sintió como una cachetada que me hizo temblar y gritar eufórica. Me dio miedo. Pedí al cholo que me dejara en unos cines cerca de mi cantón. Pasaron días, semanas, meses. No volví a contestarle las llamadas, pero sí volví a meterme aquello varias veces. A rayas, fumada, intravenosa. Quien lo ha hecho sabe que se siente súper rico coger así, aunque el siguiente día te sientas de la verguísima, deprimida y con ganas de matarte de a de veras."
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