La última letra del abecedario es sinónimo de la violencia extrema y del terror que una creciente banda del narcotráfico ha diseminado por vastas zonas del país en los últimos años.
Los Zetas pasaron de ser un grupo de 40 sicarios reclutados hace cerca de una década por el entonces capo del narcotráfico Osiel Cárdenas entre desertores de cuerpos de elite del Ejército, para constituirse este año en un cártel en sí mismo con miles de integrantes y uno de los más violentos.
Como una especie de Frankenstein, los Zetas ahora combaten contra las fuerzas de seguridad de donde emergieron, bien armados y entrenados con tácticas militares, al tiempo que batallan contra el cártel que les dio origen.
Su propagación, a menudo en complicidad con policías, es uno de los principales dolores de cabeza del Gobierno, porque no solamente compiten por rutas para introducir drogas a Estados Unidos con otras bandas sino que tratan de crecer a través de secuestros y extorsiones.
Según especialistas, los Zetas utilizan tácticas de contrainsurgencia aprendidas por sus miembros originales en escuelas militares de Estados Unidos, combinadas con el reclutamiento de violentas pandillas locales que aterrorizan a poblaciones enteras, donde cobran "cuotas por protección".
"Es una organización paramilitar que ha tomado como modelo a los paramilitares colombianos (
) Generan terror en la población civil e inestabilidad política frente a autoridades locales y nacionales", dijo Adalberto Santana, autor del libro "El narcotráfico en América Latina".
Años atrás, cuando todavía formaban parte del cártel del Golfo, los Zetas engrosaron sus filas con ex kaibiles, cuerpos de elite del Ejército de Guatemala entrenados para operaciones de contrainsurgencia y utilizados durante la guerra civil en ese país para perseguir a rebeldes de izquierda.
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