Cuando compusieron el corrido de Juan Charrasqueado todavía no había de narcos. Ni el personaje existía. Era pura imaginación.
Pero le cantaron mucho y hasta hicieron película. Pedro Armendáriz lo dramatizó certero. Según la tonada "era borracho, pendenciero y jugador". Aparte "a las mujeres más bonitas se robaba". Por eso "de aquellos campos no quedaba ni una flor".
Hasta que un domingo en plena borrachez le avisaron: "Cuídate Juan que por a'i te andan buscando" y hasta fue alertado: "Son muchos hombres no te vayan a matar". Pero Juan "no tuvo tiempo de montar en su caballo".
Empistolados se le echaron de a montón. Entonces les gritó envalentonado: "Estoy borracho pero soy buen gallo". En eso y según el corrido "una bala atravesó su corazón".
Arturo Guzmán Decena se llamaba y le decían El Z-1. Como El Charrasqueado era valiente, arriesgado y enamorado. Nunca le dijo no a su jefe Osiel Cárdenas Guillén, el mero mero jefe del Cartel del Golfo. Siempre mató obedeciéndole.
Supe cuando en el ejido Cavazos, municipio de Reynosa, estado de Tamaulipas, asesinó al teniente Jaime Rajid Gutiérrez Arreola. Era comandante de la Policía Judicial Federal. Le disparó a la mala. Ese mismo año fue a Matamoros. Allí puso fin a la existencia del periodista Pablo Pineda. Alguien le sonsacó "es informante de la DEA" y ni molestia se tomó para averiguarlo. Sacó su pistola. Lo agarró indefenso.
Hace dos años pasaditos, un 14 de noviembre, secuestró y mató al licenciado Alberto Gómez Gómez. A este señor le decían La Chona y era famoso. Litigaba asuntos peliagudos de los Carrillo Fuentes en Monterrey. Guzmán no le tuvo pavor. Y hasta dejó en claro. No fue nada personal. Simplemente obedeció a su jefe Osiel. Por eso Arturo sentía orgullo cuando le decían Z-1. El mismo apodo inventado por los Arellano Félix y que luego se adjudicaron mafiosillos de segunda.
Guzmán Decena era muy aventado. El 14 de mayo del 2001 se llevó a sus mejores matones. Entraron como toro al ruedo en el palenque de la Expo Guadalupe, otra vez en Nuevo León. Querían y no pudieron mandar a la funeraria a Edelio López Falcón, más identificado como El Yeyo. Pero no se midió el 9 de julio del 2001. Apoyado por los consentidos de Osiel asesinó en Matamoros a Jaime Yáñez Cantú, el comandante de la Policía Ministerial. Luego presumió: ningún detective o uniformado se atrevería a detenerlo y tuvo razón.
No dudo que sus "máximos orgullos" fueron dos ejecuciones: la primera cuando a traición emboscaron y tirotearon hasta matar al afamado Chava Gómez. Angel Salvador Gómez era su nombre, y el 2 de junio del 99 fue su último día. La otra medalla: este año, mayo 13, lo acompañó una parvada de perversos. Secuestraron, torturaron y ejecutaron a Dionisio Román García El Chacho. Principal competidor de Osiel Cárdenas Guillén tratando mariguana y cocaína en la frontera de Nuevo Laredo.
Estaba crecido Guzmán Decena con tan sádica nómina. Debió sentirse lo máximo. Pero no se salvó de la vieja sentencia popular: "El que a hierro mata a hierro muere". Su hora le llegó el 21 de noviembre reciente. Estaba en Matamoros. Le dio por entrarle a los tragos con dos que tres rayitas de cocaína. Ya mareado le entró lo enamorado. Buscó y encontró a su manceba Ana Bertha González Lagunes. Fue hasta donde vivía en la calle Herrera. Envalentonado ordenó a los achichincles taponear la cuadra. Obedientes atravesaron vehículos en las esquinas y desviaron el tráfico. Así ni ruido del tráfico interrumpiría o distraería al mafioso en sus placeres.
Los vecinos de Ana Bertha ya estaban hartos. Sufrían cada vez cuando Guzmán llegaba en busca de amor. Varias veces lo denunciaron. Pero la policía se hacía un poquito desentendida. Entonces reportaron a la UEDO (Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada). Cosa rara. Solicitaron apoyo del Ejército. Se lanzaron contra la pandilla de malosos a punta de balazos. Y también así los recibieron.
Dicen que a Guzmán Decena lo agarraron como al tigre de Santa Julia. Pero cuando quiso no pudo defenderse. Contrario a Juan El Charrasqueado no gritó su valentía. Disparó a lo tonto y sin tino porque andaba muy drogado. Recibió cuatro plomazos. Tres eran de muerte. Otro destrozó su brazo izquierdo. Y le pasó como a Ramón Arellano en Mazatlán. Lo abandonaron. Quedó tirado en el suelo. La vida le hizo bueno aquello de "como te ves me vi, como me veo te verás".
Reyes le decían a un fulano que lo acompañaba. Primero muy envalentonado y a la hora de los balazos un cobarde. Entró a la casa de Ana Bertha. Le quitó a su hijo. Lo tomó como escudo para cubrirse del tiroteo y huir. Dejó al chamaco cuadras más adelante con Blanca, la gramera famosa. Me imagino que Osiel no se la perdonará. Por collón y abusivo con el chamaco.
Muerto el consentido ahora están en problemas los familiares de la amada amante Ana Bertha. Ya negaron relación con el difunto pero las investigaciones no les favorecen. Aparte del idilio se encontraron rastros de negocios con el habilidoso Pitalúa, conocido narco fronterizo. Seguramente recomendado por el finado. De otra forma no se hubiera metido con Ana Bertha.
Pero el problema es para Osiel. Revisando los mortales servicios de Arturo Guzmán será difícil encontrar otro matón de su talla. Lo más grave para Cárdenas Guillén: con El Z-1 desaparecieron empavorecidos los demás asociados. Le hacen falta sus brazos armados. Está en punto desfavorable.
Esto me recuerda a Ramón y Benjamín Arellano. Muertos sus pistoleros estrellas a uno lo cazaron en Mazatlán. Se confió en inexpertos. A otro lo capturaron en Puebla. Le faltaron expertos.
Osiel está desprotegido. Sin la fuerza asesina y la protección policíaca, el negocio de la droga se tambalea. Su vida y negocios se volvieron inseguros. Dañables. Por lo pronto hay un hecho notable. Los tamaulipecos ya saben: sí da resultado la denuncia anónima cuando la UEDO hace a un lado la corrupción. Pero allí está, como extinguidor en vitrina el Ejército Mexicano. Los habitantes de la frontera pueden romper el vidrio en caso de incendio.
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