sábado, 4 de julio de 2015

"La gente de aquí no les va a decir nada, todos tenemos mucho miedo",

SAN PEDRO LIMÓN, MÉX.- En Tlatlaya, hasta el padre Nicolás se escabulle para no hablar. A 12 meses del enfrentamiento.

Entre militares y un grupo armado que dejó 22 muertos, pocos son los pobladores que no evaden las preguntas sobre el ambiente en la zona, donde el miedo a los integrantes del crimen se impone, y las personas esperan que el Ejército mantenga su presencia.

Aquí parece que los habitantes acordaron callar. "Sólo miramos, pero no hablamos, y a veces ni siquiera miramos a nadie, porque aquí todos nos conocemos, la maña nos reconoce hasta de espaldas. Es como si ellos nos estuvieran observando todo el tiempo...

Pasan en sus camionetas, en sus motos, y reconocen cuando alguien no es de la región. Los halcones reportan y avisan si nos ven hablando con alguien foráneo. Ustedes al rato se van, pero si nos ven hablando con ustedes, al día siguiente amanecemos muertos", dice una mujer que trabaja en el Hospital San Pedro Limón.

El subdirector, un médico, una enfermera, todos se rehúsan a dar testimonio. Dicen no ser de la región, ni estar enterados de lo que ocurrió el 30 de junio de 2014 en una bodega que está ubicada a un kilómetro de esta comunidad rural de San Pedro Limón, casi en el límite con el estado de Guerrero.

Martina, a quien se le cambia el nombre por seguridad, no le teme a los uniformados, a los de verde y a los de azul (como llama a los elementos del Ejército y de la Policía Federal), espera que no se vayan; "nosotros le tememos a la maña, a la delincuencia", dice.

La bodega donde ocurrieron los hechos está abierta, a la vera del camino sin cintas amarillas que impidan el paso. Hay números pintados que señalan los balazos que quedaron en las paredes del lugar. Las manchas de sangre ya no son rojas, se han vuelto color sepia.

Son 38 los impactos de bala marcados con un plumón negro en las paredes. En medio de la bodega quedan los restos y las cenizas negras de lo que fue una gran fogata.

En la casa más cercana ya no vive nadie. En otra vive Mateo: "Esa madrugada nos despertaron los balazos; nosotros nada más escuchamos, pero ni nos asomamos siquiera. Corrimos hacia la parte más segura de la casa, al fondo, alejados de la puerta principal. Ya por la mañana lo único que vi fueron muchos coches del Ejército y la Marina cuidando la bodega.

"Nosotros no vimos nada. En esos casos, es mejor mantener la vista en el piso, sin levantarla", recomienda este campesino ya mayor, mientras va cerrando temeroso la puerta de su casa. "Antes aquí dejábamos nuestras casas abiertas, pero ahora ya no", concluye.

Ricardo, un campesino que espera a su esposa en el hospital, comenta: "Yo lo que espero es que los militares nunca se vayan de aquí".

El crimen es la autoridad

Otro de los vecinos de la zona sabe que "si yo ahorita hablo con ustedes, al rato ya están los delincuentes diciéndome, '¡a ver cabrón, ven para acá!', los delincuentes siguen aquí, la maña es la nueva autoridad.

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